miércoles, 10 de julio de 2013

Sin botones, su camisa.

Sin botones, su camisa.
Su mentón rasmillaba.
Sus labios cortaban en sequedad.
Su intimidad erizada,
en el punto exacto de sus pezones.
Gritaba para detener,
las manos vacilantes
que provocaban el hormigueo
y las posiciones infinitas,
flexionadas.
La carcajada y el regocijo,
le seguían en sintonía,
los labios se trizaban
para revelar sus dientes,
y alcanzar,
con agonía, un beso.
El premio del tormento.

Sus duras manos acarician,
el rizo oloroso, que cae
desde la frente al cuello.
Para poder recorrer sus labios,
su nariz y ojos.
Y acercarse en preambulos
al lunar escondido.
Para guardarlo
y poder buscarlo cuando quisiése.
Para quedárselo, tan solo eso.

Y un pequeño susurro,
entre ambas partes cuando
logran coincidir.
Se queda en secreto,
se cuida hasta el final de los tiempos.
Las palabras deslumbran
cuando concuerdan.

Pasa un anciano que observa mis recuerdos.
La última vez que lo ví tenia 10 años.
No sonríe
antes de entregarme una botella
y un vaso.
-Bebe- y yo bebo.
-La lluvia se ve atormentada, por rayos
de sol.
Y el licor me cubre
de las quemaduras en la arena.-
-En la tierra permanente.- Le dije.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Calor y llamas
por un latido de corazón;
tristes cenizas
por siempre.