domingo, 21 de mayo de 2023

Soledad

Les finjo cerca,

tangible nuestras manos acariciándose mis ojos que huelen tu quietud escondida

Les finjo cerca,

abismo importuno que precipitadamente suelta riesgos lenguas 

mezcladas caricias sonrientes y luego

mi mirada hacia atrás revela la grieta del espejo 

les finjo cerca, cerca del precipicio 

en que para siempre el mañana es la despedida

de nuestras ficciones narradas como prensa escrita

hacia una rotunda caída del poema forzado:

que revela la jaula en la que me encuentro

donde vuela el pez cansado de replicar su nado

que revela la jaula en la que me encuentro

siempre llena, siempre vacía. 



Primer capítulo

Me despedí de ti el último día de invierno del año 2022. Tu pelo estaba peinado hacia atrás y llevabas un pinche negro con una cuenca brillante. Me senté a tu lado mientras almorzabas. Primero una sopa verde y luego leche nevada. Lo comiste todo. Me mirabas mientras pestañeabas como si intentaras dilucidar quién era yo. Quién era y qué hacía acá a tu lado. Te di un beso en la mejilla y apoyé mi cabeza en tu hombro. Luego te pedí que nos sacáramos una foto, a lo que accediste (o eso creo) porque no hablabas, hacía mucho tiempo que ya no podías hablar, apenas murmurar. Carmen tomó tu silla de ruedas y te llevó a un lugar en donde consideraba apropiado para fotos. Me puse a tu lado y -continuando el ritual que tantas otras veces habíamos realizado, mecánicamente, tiernamente- me abrazaste y sonreíste hacia la cámara. Le enseñé a Carmen a usar la Pentax y el obturador sonó fuerte. Luego tomé mi celular en caso de que la fotografía análoga no saliera o no la pudiese revelar luego. No podía dejar pasar la quizás última foto que me sacaría contigo. Murmuraste algo. Luego te miré a los ojos y tus ojos grises me miraron de vuelta. Caídos, sonriendo, de niña, inocentes. Me miraste y me preguntaste a dónde iba. Yo no te había dicho nada, pero quizás escuchaste –pensé-, o quizás lo intuías en mi mirada desesperada queriendo guardarte. Te dije que me iba de viaje a donde vivía tu abuela. Te dije que iría a buscar nuestras raíces. Me dijiste que hablara con la Mila y yo te dije que sí, que lo haría. Pero la Mila ya no estaba viva hacía algunos años, vivía solo en ti, en tu memoria fragmentada, en tu recuerdos seniles, en tus viajes al pasado. Luego me miraste a los ojos y los abriste muy grandes. Cómo si algo en ti entrara en ese minuto en que parecía que estabas entre la tierra y el cielo. Me dijiste: “te va a ir bien, vas a estar mejor”. No entendí cómo sabías que me iba, que me despedía de ti, que no estaba bien, y que iba a estar mejor. Me diste la mano y me miraste con dulzura. Te abracé la noche una última vez esperando quedarme con tu olor para siempre. 


 

Lo dejo pudrirse mientras arreglo el exterior. Así al menos desde afuera se ve decente. Así nadie se da cuenta de que no hay nada adentro.  Ojalá nadie se de cuenta.