sábado, 23 de diciembre de 2023

Desgajar
















 





Desgajar
Oleo sobre tela
4 piezas de 40x50 cm

Hacerse pedazos mientras se contempla el sol a través de una ventana.


La ausencia es grito callado

Un final es siempre un final inconcluso. Se re-habita constantemente en las penumbras enceguecidas de la memoria, como si iniciara de nuevo. Y el inicio reclama constantemente su muerte, de la cual se afirma. El inicio se encarama en el hueco que deja el final que lo gesta.

Las flores se secan luego de marchitarse.

Perdí tu nombre cuando lo canté, bajito, al viento, para que te llegara.

Alguien quizás lo tomó en el camino.

Y el agua que cruzaba nuestros cuerpos lo hizo rebotar, hasta llegar tan lejos.

Tan lejos que ya no escucho el golpe de mi voz en las murallas.

Las murallas que dije alguna vez, construiríamos juntos.

Para hacer de una frase, la muerte.

Que cierre

aquello inconcluso.


Pero si no es un poema la muerte, entonces es un inicio el poema. 

Pero si la luz de estas montañas tapa nuestros bailes pequeños, entonces los bailes jamás existieron. 

Para qué hacer que existen, si se esfuman en el minuto en que intento retratar tu mueca.

Esa que fingías seria. 


Me pediste que te despidiera de quienes yo amo.

Te pregunté con qué palabras,

No te pregunté por qué quieres despedirles.

No te pregunté a quienes.

No te pregunté si creías que era una buena idea.

No te pregunté si era yo la persona apropiada para hacerlo.

Te pregunté con qué palabras. 

Y no respondiste.


Con qué palabras se despide el final que no es muerte.

Un final es siempre un final inconcluso.

Con qué palabras se despide lo que permanece y se queda.

Ahí quieto, calando huesos, royendo miembros. 


Viajábamos juntos, tu pedaleabas la bici con la fuerza de tus pantorrillas, yo encima del manubrio agarrada a los mangos para no venirme abajo. 

Tu rostro apoyado por encima de mi hombro para ver el camino nublado.

Pero no veíamos ningún camino.

Solo las risas atoradas

el frío que nos hurgaba endemoniado

las narices insensibles y rojas

las canciones tarareadas.

Y luego el freno lanzó mi cuerpo 

proyectó mi cuerpo de un piquero al suelo

mis rodillas sangraban afligidas

chorreando la calle pavimentada,

el cemento sucio

mis manos necias.


Qué irónico era que

jugábamos a la muerte cada vez que dormíamos

y que dejamos de jugar a ella cuando morimos. 


Pero, un final es siempre, un final inconcluso.


Qué irónico fue que

la última vez que dormimos abrazados fue cuando terminó eso que tanto esperábamos.

Y que nos decepcionara tanto.

Luego de las seis temporadas 

acababa todo con la pantalla en blanco

y la historia inacabada.


Un hombre estudia las pinturas que nunca fueron terminadas.

Cree que ahí encontrará algo que sí ha muerto.

Pero no hay forma de poder definir

cuándo algo ya se ha acabado.

Cuando algo está muerto.

Cree que en lo inconcluso está la respuesta

a la belleza indescifrable

de un cuerpo no-completo.


Nos hacíamos cariños debajo de la mesa

O quizás yo hacía el cariño y tu la mesa.

Acomodaba mi cuerpo a los pedazos del tuyo para hacerme hueco.

Y me hice hueco.

Aprendí a acariciar mi piel rozándola contra la tuya

para pedir calor.

Decías que mi amor eran migajas

Que mi cautela te guardaba a tí de quererme.


Me querías porque creías que no merecías los restos que te daba.

Yo te quería porque poco me quería a mi.

Y no sabía que el frío de tus labios me llenaba de miedo.

Te quiero hoy porque sé que ese miedo me empuja a desear.


Cortaste la llamada telefónica para ir a hacer las compras del supermercado.

y yo lloraba al otro lado, por mi abuela y tu ausencia.

Porque en la muerte -que no es final- estás tu, y está mi abuela. 

Y ambos están vivos.


Yo siempre hablo

desde el lugar de lo resuelto

Nunca pronuncio palabras, si es que no tengo idea de cómo quiero ser escuchada.

Pero cuando escribo falseo operaciones Deyse. 

No temo al peligro.

Lo que hablo se filtra con la voz hacia los espacios desconocidos de otra persona. 

Lo que escribo queda detenido en el no-lugar.

El no lugar que siempre he habitado.

El no lugar que reconozco.


Y luego reescribo. Cuando sé que alguien hurgará lo quieto.


Pero, un final es siempre, un final inconcluso.


Se escribe hasta morir y es que,

nunca se muere.


Aprendimos a besarnos bajo la luz naranja de la radio beethoven.

Compartimos lengua en cámara lenta.

Nos hostigamos tanto que nos avergonzaba

retomar el tacto de los ojos.

Pero así nos despedíamos de la breve muerte de ese instante.

Aullando

nuestro

orgullo

ruborizado.


¿Es un final tan solo silencio?

Un corte a la llamada, detención de la transmisión. Palabras vacías, rellenando huecos que temen expulsarse.

El final es un silencio, pero el silencio jamás será final.

Quedarán resabios manoseando.

haciendo sonar aquello que no es sonido.


Tu silencio era distancia, el mío, decepción.

Nunca te importó decepcionarme.

Pero lo entiendo.

Es que solo se puede crear cuando se sueltan las expectativas.


El inicio reclamará siempre la muerte. 

Que no es

ni será. 

Pero que está.


Y se empieza de nuevo, con la muerte en vida.

Con ese silencio que murmura y fantasea riesgo. 


No se puede decir otra cosa que la ausencia.


Pero la ausencia es grito callado.