martes, 25 de mayo de 2021

coincidentes

Hacer como si no huele
para no viciarnos importunos
si bien el consuelo ya es un juego
de toparnos coincidentes.

Por que si no
hacemos del propósito
la mala suerte
el fantasma añejo que rompe

los suelos nómades 
las líneas extranjeras
el café aguado
la ida como precedente.







domingo, 16 de mayo de 2021

Como suele la ausencia

Suelen caer las piedras de forma contraria
pueden pedir y estar sin decir su rezo
coloréandolo entero.

Sabes caer y doler como suele la ausencia
y si te dicen que no, llamaras el beso
de la muerte en su fiesta
y los días que ya no son gloria.

Pero si vas,
dejará la lluvia seca
y en su bailar
caerá.

Suelen los días velar a los muertos presentes.
Nada que quede, sería su alma que duerma
pero se van lejos
a tocarle a los vivos las piernas.

Y en su lugar
quedaré esperando añeja
que ya no esté.

Suelen las voces cantar cuando ya no hay nada
regar la flor que brotó en la calle desierta
dejaría a la suerte
que nos de otra forma de niebla.

Pero hay más
Que la sal de la tierra
para jugar.

Como si durmiendo uno desapareciera

Dos números eran, ¿o no? Uno, y mañana otro. Y luego qué. Y si tomo esta silla, acá se agranda. Se agranda lo suficiente  para que pueda sentarse. Dos números, el primero y luego el otro, ahí le dicen si sí o si no. Un examen, dos resultados. Su brazo tiembla solo. No puede detenerlo. Y la fiebre que le irrumpió el otro día, algo es, algo debe ser. Se lo dijo también el cura, se lo dijo sí, le dijo que sus palabras iban a ser cobradas. Si de pequeña se lo dijo, imagínate ahora. Son dos días, dos números. Y además solo puede contar de arriba hacia abajo. Y no cuenta de abajo hacia arriba. Solo 100, 99, 98. Nunca puede decir uno, dos y tres. Qué significa eso. La silla se agranda para que ella pueda sentarse... 

Un árbol en medio de un desierto... 

Si su mano sigue temblando, en algún momento le dará un calambre. Y el otro día su ojo enrojeció toda la tarde. Como si sangrara. No puede ser. Un examen nada dirá de eso. Tendré que llevarla de nuevo....

Un árbol en el desierto, el tronco se descama. Se diluye y transforma en arena... 

Y si no la revisan entera, y si queda un examen inconcluso. Como pasó con... 

El desierto y un árbol, el árbol desintegrándose. Unas manos arrugadas caminan por la tierra. Se ensucian a medida que camina... 

Debo entregar el papel antes del 5 de mayo, el cinco de mayo es la fecha límite. Hasta el cinco de mayo me dieron, no se me puede olvidar. ¿A cuanto estamos? ¿qué mes era? 

Arena que se mueve bajo los pies, el árbol que empieza a crecer. De abajo hacia arriba, las ramas dadas vueltas, se estiran como si fuesen a atrapar algo. El cielo nublado... 

¿Qué estaba pensando? No puede ser que lo haya olvidado, qué fue lo que dije, qué tenía que hacer. Quizás si vuelvo atrás a los pensamientos anteriores lo recuerde. Uno, dos... Dos exámenes, no... Una silla que se agranda para que pueda sentarse. Uno, dos resultados. La Melita, su brazo que tiembla solo. Contar, contar de 100 para abajo... 

Un bosque de un color irreconocible. La luz de una estrella asoma por la cúpula de las ramas. Ella escala el árbol en busca de algo en esa luz. Hay una casa, de madera arriba de ese árbol. Tiene muchas piezas. Un laberinto. Cada esquina la devuelve al inicio. No sabe que hurgar primero. La luz de la estrella aparece de nuevo. Luego empieza a tintinear. La frecuencia del tintineo disminuye, cada vez la estrella está más apagada que prendida. Teme a la oscuridad. Ve sus manos llenas de tierra. Ve la arena debajo de sus pies. Si pudiese ver su cara, probablemente no la reconocería. Una voz suena a lo lejos. ¿Trajiste el martillo? Le preguntan, ¿qué martillo?. El hombre la mira con enojo. Un cuerpo en el suelo. ¿Qué cuerpo? ¿Ese cuerpo era mío?. Manos llenas de tierra, cemento bajo los pies. La luz de la estrella deja de tintinear. ¿Trajiste la cruz? 

El cura. El cura le dijo que sus palabras iban a ser cobradas. ¿De qué tenía que acordarse? Un pensamiento importante se le había escapado de la cabeza. De ese pensamiento tenía que acordarse. Luego venía el cura. El cura y el brazo de la Melita temblando. Pobre Melita, que debe estar cansada de que su brazo tiemble. Y el otro día incluso no pudo comer. Sentía que no podía tragar y respirar al mismo tiempo. Que lástima la Melita. Que lástima yo que no puedo dormir. Cuánto rato habrá pasado. Cuántas horas me quedarán de sueño. Mañana es el día uno. Me deben quedar pocas horas. ¿Estará durmiendo la melita? O su brazo que tiembla seguirá manteniéndola en insomnio. Pobre Melita. Quizás debería llevarle unas galletas mañana. Quizás una galleta si pueda comer. Las puedo hacer de avena con canela. Agregarle un poco de plátano. Así aprovecho los plátanos maduros. El cura me había dicho algo importante, ¿qué fue lo que me dijo? Ya no me queda espacio en los huecos de mi cerebro. Aparece algo y se va. 

El hombre se va. Solo se ve su espalda marcada con una silueta negra. En su mano arrastra un fierro, o un palo, o algo cuya materialidad no reconoce. Mientras avanza el fierro, palo o lo que sea se dobla a medida que toca el suelo. Debe estar caliente, piensa la niña de las manos con tierra. Debe estar caliente el palo para que se doble cuando toca el suelo. Corre, toma el fierro con la mano y lo suelta. Hace como si le doliera, pero en realidad el dolor no existe. La cotidianeidad le dice que dolió. La luz de la estrella aún no tintinea. Un cuerpo. Un cuerpo en el suelo de tez morena desnudo. ¿De quién es ese cuerpo? ¿Quién lo puso ahí? Sus manos teñidas de negro por la tierra. Sus pies bailando arriba de la arena. Un martillo que aparece en su mano. ¿Trajiste el martillo? Le dice un hombre con el ceño fruncido. La niña le pasa el martillo. El sonido de un golpe que retumba. El sonido retumbando en sus oídos. Un sonido que no deja de retumbar. La estrella que tintinea cada vez más apagada. Un sonido que retumba por última vez y un vidrio que cae y se rompe encima de sus manos. La niña de las manos con tierra ahora sangra. La sangre recorre sus manos pero no duele. El dolor solo es cotidiano, el dolor solo es asustarse. La estrella tintinea como si advirtiera su ausencia. Ella mira al cielo una última vez. Hay una casa en el árbol que se desarma. Un gato corre escapando de la madera que rueda hacia el suelo. ¿Trajiste el martillo le dice el hombre? Sus manos vacías, su piel temblando. El brazo tirita, tirita tanto que le cansa. Su garganta no traga. La niña de las manos de tierra empieza a contar, cien, noventa y nueve, noventa y ocho, noventa y siete. La estrella tintinea. Su ojo se enrojece. Se enrojece tanto que asusta. El cura le dijo que sus palabras serían cobradas ¿O contadas le dijo? ¿Qué fue lo que le dijo el cura?