martes, 2 de julio de 2013

Amanda

Era una pequeña luciérnaga,
en un día lluvioso.
Lluvia corría hasta toparse
con los senos,
con su vientre.


Sus dedos estirados,
exprimiendo el dolor.
Exprimiendo un limón,
y otro limón,
pasar el whiskey,
pasan los años,
el salúd,
por sus pastillas.

Se tocaba para sentir la vida,
almacenada en basura.
Vida podrida.
Se tocó para culminar la sangre,
burbujeante y negra,
que se deshacía lentamente
en el agua,
tal cual el humo de un cigarrillo,
succionado por un hoyo negro.

Se hunde y se borra la lluvia,
cae dentro del pozo.
Su mano se alza pidiéndo ayuda.

No hay sonido alguno que se escuche,
bajo el eco de los mares nocturnos.
Solo las pisadas imaginarias,
de algún animal perdido.

Más tuvo la suerte,
de haber cuidado a un pájaro.
El mismo pájaro levantó el tapón
sumergido.
Y con la ayuda de sus alas
penetró a la dama,
cruzó su útero,
su estómago y pecho.
Y así,
se quedó, más tarde
dormido,
en su espalda.



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