lunes, 18 de octubre de 2021

Hacia el agua

Núblame pero sin darme cuenta
como si todo
dejase así un frío añejo
erizado de riesgos

Porque el humo flota hoy
y solo me queda:
un recuerdo inventado
que paseo de la mano
hacia el agua

flota.





martes, 25 de mayo de 2021

coincidentes

Hacer como si no huele
para no viciarnos importunos
si bien el consuelo ya es un juego
de toparnos coincidentes.

Por que si no
hacemos del propósito
la mala suerte
el fantasma añejo que rompe

los suelos nómades 
las líneas extranjeras
el café aguado
la ida como precedente.







domingo, 16 de mayo de 2021

Como suele la ausencia

Suelen caer las piedras de forma contraria
pueden pedir y estar sin decir su rezo
coloréandolo entero.

Sabes caer y doler como suele la ausencia
y si te dicen que no, llamaras el beso
de la muerte en su fiesta
y los días que ya no son gloria.

Pero si vas,
dejará la lluvia seca
y en su bailar
caerá.

Suelen los días velar a los muertos presentes.
Nada que quede, sería su alma que duerma
pero se van lejos
a tocarle a los vivos las piernas.

Y en su lugar
quedaré esperando añeja
que ya no esté.

Suelen las voces cantar cuando ya no hay nada
regar la flor que brotó en la calle desierta
dejaría a la suerte
que nos de otra forma de niebla.

Pero hay más
Que la sal de la tierra
para jugar.

Como si durmiendo uno desapareciera

Dos números eran, ¿o no? Uno, y mañana otro. Y luego qué. Y si tomo esta silla, acá se agranda. Se agranda lo suficiente  para que pueda sentarse. Dos números, el primero y luego el otro, ahí le dicen si sí o si no. Un examen, dos resultados. Su brazo tiembla solo. No puede detenerlo. Y la fiebre que le irrumpió el otro día, algo es, algo debe ser. Se lo dijo también el cura, se lo dijo sí, le dijo que sus palabras iban a ser cobradas. Si de pequeña se lo dijo, imagínate ahora. Son dos días, dos números. Y además solo puede contar de arriba hacia abajo. Y no cuenta de abajo hacia arriba. Solo 100, 99, 98. Nunca puede decir uno, dos y tres. Qué significa eso. La silla se agranda para que ella pueda sentarse... 

Un árbol en medio de un desierto... 

Si su mano sigue temblando, en algún momento le dará un calambre. Y el otro día su ojo enrojeció toda la tarde. Como si sangrara. No puede ser. Un examen nada dirá de eso. Tendré que llevarla de nuevo....

Un árbol en el desierto, el tronco se descama. Se diluye y transforma en arena... 

Y si no la revisan entera, y si queda un examen inconcluso. Como pasó con... 

El desierto y un árbol, el árbol desintegrándose. Unas manos arrugadas caminan por la tierra. Se ensucian a medida que camina... 

Debo entregar el papel antes del 5 de mayo, el cinco de mayo es la fecha límite. Hasta el cinco de mayo me dieron, no se me puede olvidar. ¿A cuanto estamos? ¿qué mes era? 

Arena que se mueve bajo los pies, el árbol que empieza a crecer. De abajo hacia arriba, las ramas dadas vueltas, se estiran como si fuesen a atrapar algo. El cielo nublado... 

¿Qué estaba pensando? No puede ser que lo haya olvidado, qué fue lo que dije, qué tenía que hacer. Quizás si vuelvo atrás a los pensamientos anteriores lo recuerde. Uno, dos... Dos exámenes, no... Una silla que se agranda para que pueda sentarse. Uno, dos resultados. La Melita, su brazo que tiembla solo. Contar, contar de 100 para abajo... 

Un bosque de un color irreconocible. La luz de una estrella asoma por la cúpula de las ramas. Ella escala el árbol en busca de algo en esa luz. Hay una casa, de madera arriba de ese árbol. Tiene muchas piezas. Un laberinto. Cada esquina la devuelve al inicio. No sabe que hurgar primero. La luz de la estrella aparece de nuevo. Luego empieza a tintinear. La frecuencia del tintineo disminuye, cada vez la estrella está más apagada que prendida. Teme a la oscuridad. Ve sus manos llenas de tierra. Ve la arena debajo de sus pies. Si pudiese ver su cara, probablemente no la reconocería. Una voz suena a lo lejos. ¿Trajiste el martillo? Le preguntan, ¿qué martillo?. El hombre la mira con enojo. Un cuerpo en el suelo. ¿Qué cuerpo? ¿Ese cuerpo era mío?. Manos llenas de tierra, cemento bajo los pies. La luz de la estrella deja de tintinear. ¿Trajiste la cruz? 

El cura. El cura le dijo que sus palabras iban a ser cobradas. ¿De qué tenía que acordarse? Un pensamiento importante se le había escapado de la cabeza. De ese pensamiento tenía que acordarse. Luego venía el cura. El cura y el brazo de la Melita temblando. Pobre Melita, que debe estar cansada de que su brazo tiemble. Y el otro día incluso no pudo comer. Sentía que no podía tragar y respirar al mismo tiempo. Que lástima la Melita. Que lástima yo que no puedo dormir. Cuánto rato habrá pasado. Cuántas horas me quedarán de sueño. Mañana es el día uno. Me deben quedar pocas horas. ¿Estará durmiendo la melita? O su brazo que tiembla seguirá manteniéndola en insomnio. Pobre Melita. Quizás debería llevarle unas galletas mañana. Quizás una galleta si pueda comer. Las puedo hacer de avena con canela. Agregarle un poco de plátano. Así aprovecho los plátanos maduros. El cura me había dicho algo importante, ¿qué fue lo que me dijo? Ya no me queda espacio en los huecos de mi cerebro. Aparece algo y se va. 

El hombre se va. Solo se ve su espalda marcada con una silueta negra. En su mano arrastra un fierro, o un palo, o algo cuya materialidad no reconoce. Mientras avanza el fierro, palo o lo que sea se dobla a medida que toca el suelo. Debe estar caliente, piensa la niña de las manos con tierra. Debe estar caliente el palo para que se doble cuando toca el suelo. Corre, toma el fierro con la mano y lo suelta. Hace como si le doliera, pero en realidad el dolor no existe. La cotidianeidad le dice que dolió. La luz de la estrella aún no tintinea. Un cuerpo. Un cuerpo en el suelo de tez morena desnudo. ¿De quién es ese cuerpo? ¿Quién lo puso ahí? Sus manos teñidas de negro por la tierra. Sus pies bailando arriba de la arena. Un martillo que aparece en su mano. ¿Trajiste el martillo? Le dice un hombre con el ceño fruncido. La niña le pasa el martillo. El sonido de un golpe que retumba. El sonido retumbando en sus oídos. Un sonido que no deja de retumbar. La estrella que tintinea cada vez más apagada. Un sonido que retumba por última vez y un vidrio que cae y se rompe encima de sus manos. La niña de las manos con tierra ahora sangra. La sangre recorre sus manos pero no duele. El dolor solo es cotidiano, el dolor solo es asustarse. La estrella tintinea como si advirtiera su ausencia. Ella mira al cielo una última vez. Hay una casa en el árbol que se desarma. Un gato corre escapando de la madera que rueda hacia el suelo. ¿Trajiste el martillo le dice el hombre? Sus manos vacías, su piel temblando. El brazo tirita, tirita tanto que le cansa. Su garganta no traga. La niña de las manos de tierra empieza a contar, cien, noventa y nueve, noventa y ocho, noventa y siete. La estrella tintinea. Su ojo se enrojece. Se enrojece tanto que asusta. El cura le dijo que sus palabras serían cobradas ¿O contadas le dijo? ¿Qué fue lo que le dijo el cura?


lunes, 19 de abril de 2021

La noche tiene siete cambios.

Un perro ladrando, su madre dejándolo afuera tras la ventana para dejar de escuchar el eco de su garganta rebotando gruesamente. Los niños cantando con la lengua afuera la canción que tarareaba la radio mientras jugaban a quien podía enrollarla y sacarla al mismo tiempo. 

Así corría el tiempo bajo la neblina, haciendo de los sonidos sus recuerdos o de sus recuerdos simples sonidos. 

El letrero de bienvenida que le hicieron a su padre cuando volvió a la casa después de siete años mientras su hermano reía y saltaba. Las flores añejas que mantenía guardadas en una prensa que su mamá le había regalado unos días atrás. 

-Acá lo que pones se seca

La decisión de poner todo en la prensa para que algo se seque y poder observar luego a qué se refería con eso. Qué implicaba la sequedad, y porqué lo seco se despedazaba.

La noche en la que un gato cojo llegó a su casa. Y esa sensación como de si un sueño se hubiese hecho realidad. Algo que venía a llenarla. No recordaba bien qué era lo que le faltaba pero sí que eso se sentía así. La mañana siguiente en que lo encontró petrificado, como si lo hubiesen embalsamado. Ella vestida con un tutú rosado. El gato en una caja. Un hombre llevándoselo al cementerio de gatos, decía. El olor a azufre que quedó impregnado en las paredes, en sus manos. La canción de Shakira que sonaba en el fondo. 

-La noche tiene siete cambios mi niña.

-¿Y tu los has visto todos? 

-Todos.

Ese hombre cuyo nombre no sabía la llevaba por la carretera en dirección a Concepción.

Te supe dentro

Sí, te supe.
Dentro agrietado.
Sino,
nos habríamos ido volando
hace cuanto rato. 

sábado, 17 de abril de 2021

440

Con la mochila sobre mi espalda tropecé con el 440 de la calle Alberdi un día de Junio. El ya me esperaba y me saludó con sus labios. Había pasado medio año sin vernos pero se sintió cotidiano como ir cada semana a comprar verduras. Aún así no nos conocíamos. 

Unos días antes de año nuevo nos miramos por primera vez. De noche en la disco que visitábamos cada viernes con mis amigas. Esa noche bailábamos uno al lado del otro, como una dualidad literaria. No sabía su nombre. Solo sabía que sus ojos algo me hablaban aunque el no lo supiera. Luego nos encontramos afuera. Parecía que ese día y a esa hora nos tocaba conocernos. Caminamos, tomamos la micro juntos, luego nos despedimos. Los días siguientes lo busqué como si hubiese perdido mi billetera en su cuerpo. Fue año nuevo, lo celebraba con mis amigas y me acordaba de su olor mientras miraba mi celular esperando que ojalá me hubiese encontrado antes que yo a él. Me parecía ridícula mi insistencia. 

Un día encontré su número y hablamos. Ese mismo día nos juntamos en Ñuñoa de noche. Y así los siguientes días empezamos a impregnarnos de nuestros aromas, transformándolo en una esencia en sí misma, particular, densa. Por ahí me enteré que vivía en Buenos Aires, que estudiaba allá, que pronto se iría. En conjunto decidimos sin decirnos, aburrirnos el uno del otro. Exprimir nuestra presencia mutua. Agotarnos sin hacerlo evidente. Así parecía menos dolorosa la despedida. Si nos mirábamos hasta el cansancio, hasta hacernos insoportables, no sería difícil su partida. Pensábamos en el final de lo que vivíamos mientras lo vivíamos. No había de otra. Me preguntó una vez si valdrá la pena dejarlo todo por tenernos. Recuerdo decirle que no. Habíamos quedado en vernos por última vez el día en que se iba. Y ese día no nos vimos.

Un día de mayo, antes  de comprar el pasaje, me dijo que no lo hiciera. Que no viniera a verlo. Que había conocido a Victoria y que necesitaba una felicidad a largo plazo. Yo le escribí que entendía. Que le deseaba lo mejor. Pocos días después me escribió pidiéndome que fuera. A mi no me parecía buena idea, creía que el tenía razón diciéndome no. Nos veríamos por un momento precioso pero efímero, luego me tendría que ir. Era claro que el tenía que optar por una compañía que no lo dejara. Y yo, también. Me insistió luego. Le dije que si el quería que fuera, iba a ir. 

Un día de Junio tropecé con mi mochila en el 440 de la calle Alberdi. Los nervios me atragantaban pero se sintió como cambiarle el rollo a una cámara analóga. Fue automático. Nuestros cuerpos se conocieron antes de habernos visto por primera vez. Sus ojos me hablaban, antes de saber su nombre. Sus palabras encajaron con las mías como si estuviésemos con la misma canción en repeat. 

Dormimos abrazados las siguientes noches. Me traía café en las mañanas. Tomamos birra y sentimos el viento frío de Buenos Aires en invierno. Una noche hice la mochila y me fui antes de mi fecha de regreso devuelta a Santiago. No nos despedimos. Tampoco nos agotamos.