lunes, 1 de julio de 2013

seis


Giraba en círculos. Formaba  pequeñas rondas gigantescas. Sus manos permanecían abiertas, sus codos estirados. Sus pequeños dedos se tensaban mostrando vestigios de sus escasos años de vida. Las líneas debajo de sus pies eran lo que quedaba luego del ruego de miles de vidas ajenas a la suya. Nada más que voces que fueron eliminadas a través del tiempo. Nada más que solemnes discursos de amor y compasión que difícilmente pertenecieron a algún corazón.  Dolía sentir ir y venir etapas y épocas. Una seña de amor transparente bastaba. Un signo vitalicio que nos recordara que estamos vivos. Y una foto perdida, arruinada. 

Entonó una sinfonía, una criatura divina. Sus duros labios junto a su garganta escupían como un mal olor aquellas frases perfectamente secuenciales. Notas que erizaban la piel. Que provocaban lágrimas en cada ser humano que lo presenciase. Suplicaba que lo escuchasen, que alguien estuviera ahí, elevaba aún más la voz, su voz. Lentamente el tiempo comenzó a detenerse. Las nubes dejaron de avanzar. El niño, de rodillas al suelo lloraba. Sus lágrimas se acumulaban formando un pozo cada vez más grande. Sus ojos se cerraron, no tenían la intención de volver. Se encontró ahogado en sus propias lágrimas, gotas y más gotas, y él no sabía nadar, no como un pez, más bien como una almeja.

No hay comentarios: