sábado, 27 de julio de 2013

El consuelo se busca en las manos acobardadas
por la angustia del fuego perpetuo
y en la melodía descubro
la añeja matriz
mordida por larvas siniestras
que recorren la piel muerta.


Tan solo la imagen extermina
mariposas rebosantes y a veces,
la sonrisa que ampara el consuelo.

Se acuesta en la perdición
se concentra en observar el tiempo
que se alarga súbitamente
en cada pestañeo.
Y cada trago desconsuela
los remedios que penetran las barras penales del calavozo.
Para quizás desaparecer
en un acto extravagante,
que exija aplausos y más aplausos
y así embobarse en los otros
que alaban la estadía infinita.

Más la sangre se somete
al repudio intelectual y,
profana siempre, lo embriagado y lo
 cristalino.

Se estrella frente a un vidrio
y observa las estrellas ya queridas.
Se estrella y su rostro empuja los labios,
para saborear el frío matutino.
El hálito empaña y el olor la estremece.
Dentro suyo se refleja,
y el cristal no la señala.
A penas recuerda su sombra,
la desgraciada
se escapó cuando notó que el reflejo en las aguas
ya no estaba.
Había sido reemplazado,
y ella lo había aceptado.


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