lunes, 3 de junio de 2013

Trozo


 Sentados en el suelo, en una calle que daba al mar, (el cual era imposible de ver al estar sometido a murallas y cableados), se sumergieron en una larga conversación banal, de la cual ninguno de los dos tenía suficientes expectativas para arruinarla. Los espejos, fantasmas constantes, desaparecieron para ambos, ya no se veían a ellos mismos en el cuerpo de otro, si no que veían a extraños, desconocidos y borrachos, en busca de amparo. Esa fue la situación retorcida de la primera caricia. Un roce, casi inadvertido de manos, sucesivo a risas y luego un silencio atormentador, interrumpido por las olas quebrándose en diferentes direcciones.


Dentro del silencio, de los ojos cerrados y de la común borrachera transparentada en sueños, un hombre de pelo canoso, de un físico deteriorado por los años, de unos ojos caídos, que pesan por todo lo que le ha tocado ver, de unas manos rasgadas, mal utilizadas: tropezaba en la calle. Una decisión remota, atractiva y lejana. Golpea ambas rodillas contra el duro suelo, luego el estómago y finalmente su cara. El hombre busca ayuda, su edad no le permite pararse, más sabe que está solo, solo en un mundo en el que nadie debiese estarlo.  Él no tenía pena, vive en la incertidumbre de la resignación, obsoleto de la imaginación. El hombre grita de felicidad. De una felicidad intensa, dulce licor palpante. Recuerda sus ojos, mejor dicho, su mirada. Recuerda sus dientes, su sonrisa. Recuerda su suave cabello de tonos cerezas, o quizás sus intensos labios. Intenta recordar su olor, su perfume, más le es difícil. Dentro de su felicidad, reclama:


 -Dolorosa ausencia que creé.


Y al notar el silencio, a la pareja durmiendo, y el vacío de aquella noche, inventa versos, quizás, un cuento.


“Un cuervo muerto, me esperaba en la alfombra de entrada a mi casa.

Era una bienvenida supuse.

Sus ojos hablaban de aquello perdido.

Las luces lo penetraban intensamente.”



“Un cuervo muerto volaba arriba, en la entrada de mi casa.

No me miraba. Me quedé sentado esperando que lo hiciera.

Era de noche, las estrellas apenas iluminaban.”



“Un cuervo muerto, reposa constantemente en mi hombro.

No me doy cuenta cuando está y cuando no.

Un día lo noté.

Era demasiado tarde.”



“Pasó una niña. Pequeña,  en mis ojos, grande, en el de los otros.

Sonreía y se ahogaba en sus propias lágrimas.

Lágrimas que escurrían entremedio de vigas.

A su hombro decidió volar mi cuervo, mi cuervo muerto.

En su hombro se quedó aquel pájaro, un hueco le esperaba. “



“Esa misma tarde, volví a la entrada de mi casa. Nada me esperaba.

Me senté a esperar que aquél cuervo volviese.

Más nunca llegó.

Con mi mano puesta en aquél hombro en que solía sentarse,

Toque las cicatrices de sus pezuñas.

Supe que se quedarían ahí por siempre.”


2 comentarios:

Anónimo dijo...

De las heridas de bala nacieron cuervos,
y le comieron los ojos a los dueños de las armas.
Y mientras el sol se desangraba,
"Te amo", dijeron
los miles de millones.



Un arrepentimiento; que el anonimato
me arranque de los brazos tantos versos innatos,
tú sin tener idea quién piensa en ti a ratos.
Dime, ¿de quién sospechas este inusual trato?

(Tampoco es cosa fácil el verso alejandrino)

Pm dijo...

no lo sé, me gustaría saber