miércoles, 12 de junio de 2013

Brotaste una mañana, bajo el manantial de mi lucero. 
La mano cubría la timba, mi caricia te era inesperada.
Otoño venidero, la doncella dejó de ser críada.
Un capricho por lo que viene, infringía el aguacero.

La ciénaga,
amarra las estrellas.
Hilo a tierra.

El niño toma,
y cuelga de su mano,
el hilo reo.

Desapareció,
y azul fue su día.
Solo, sin ella.

Y ella sola, cubre migajas de certidumbre.
Ambas manos envuelven esperanzas.
Los árboles aconsejan que no haya alabanzas,
a la ilusión de la costumbre.

Ese anhelo, vacío, que quizás algún día se vaya.

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