miércoles, 19 de junio de 2013

Cadáveres de gusanos metidos en nuestra piel, cadáveres, pues al parecer no se mueven. Descansan. ¿Resucitarán? ¿Se habrán muerto alguna vez?. Se comen las uñas de los ilusionados.
Tragarse las palabras que refutan, impugnan, contradicen lo lejano.
Afirmarse de la confianza.
Logró desomoronar al prisionero de la última cúpula, en el castillo de la isla.
El conocer no se subestima y se fía, ciertamente, de algo real.
Habrán más memorias, y yo olvidaré la mitad. Esa mitad serán más que todos sus recuerdos.
 
Crecí en un campo de margaritas donde el sol temía aparecer.
Y sin embargo, sin él, jamás habrían estado aquellas flores.
Crecí y las margaritas quedaron implantadas en mí. En cada mejilla.
Me seguían a donde quiera que fuése. A cada lado del parque. En cada esquina de mi porvenir.
Una por una las fuí cortando.
Una por una me las quedé.
Marchitas, no importaban.
Seguían siendo lo que alguna vez quise que fuesen.
Todas las margaritas me las regalé, me las regaló.
Todas me las acabé y me las acabó.
 
 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Luna roja sobre mar negro,
ecos sordos que no disipan la soledad
de islas olvidadas.
Vivir es esperar,
en esa isla de olvido,
manecillas erráticas
y primaveras llenas
de promesas y margaritas.