miércoles, 16 de octubre de 2013


Si las lágrimas priman, sería ciega a sus ojos.


Cierro los ojos. Busco consuelo. La noche es muy fría. Los días eternos. Y escribo palabras, inútiles frases, alargados poemas que al final… no sirven de nada. Debo sonreír ya que estoy tan cerca. Sus ojos me acechan, aunque no me estén mirando. Y caigo en la perpetuidad de un momento. No es sano.  Me encierro en un cubículo de noche. Cada noche creo a alguien que pueda adaptarse. No perderse en gritos desesperados de quién me engendro, o lágrimas de quien odio, odio sin poder absorberlo. Recuerdo. Recuerdo absuelta, descalza. Una alfombra pisoteada, y una pequeña puerta que se cerró poco a poco esa noche. Creo haber empezado a navegar. Navegar sola, solo con un remo a mi lado. Solo un remo. La mano izquierda me es desfavorable. No funciona. Y la derecha toma el poder, en mi navegación circular. Ahí estaba el, sonreía. Yo lo miraba con desprecio, jurando jamás volver a recordarlo. Y hoy, recuerdo ese desprecio. Y creo ser yo a quien odié tanto tiempo. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me acuerdo de las ramas meciéndose en la brisa,
me acuerdo de la sombra y la risa
y la calidez de todo.
Me acuerdo de la luna obesa;
de la noche que tanto pesa;
de matorrales celosos y botellas vacías.
De ojos llorosos, humo acre y tela ocre.
Me acuerdo de olas batiendo rocas;
de marcas olvidadas en la piedra.
De susurros sin testigos.
De actores desaparecidos.
De pueblos nunca encontrados.
De las que se fueron y quería que se quedaran,
y de las que se quedaron y quería que se fueran.
De libros de los que nunca supe el título
y amigos de los que nunca supe el nombre.
Me acuerdo de todo lo que no viví, y lo extraño.
No recuerdo dónde dejé el teléfono.