miércoles, 16 de octubre de 2013




Subió el empinado cerro que tanto se habia prometido a sí misma. El cerro que tan pocos habían logrado escalar, pues jugaba con todo lo hermoso y también lo más horroroso. Las sorpresas del camino eran inigualables. Caminaba mucho esperando que nada hubiése atrás para mirar. Más un día miró y se enamoró de la belleza de la nostalgia ubicada en una pequeña hoja que el otoño echó a volar. Se quedó tan anonadada que a sus piés se les olvidó como caminar. Sus ojos no podían alejarse de la escena que la consumía segundo tras segundo. Desesperada a veces trataba de cambiar el curso de los hechos, quizás las cosas se verían más bonitas, menos vomitivas. Pero no podía atravesar un espejo tan grande y menos desde aquella distancia. Cuando se dio vuelta, libre del hechizo otoñal, descubrió que el cerro que había escalado, era tan solo arena movediza y que ella  se encontraba al fondo del pozo. Con una cuerda cargaba a quien la había acompañado, la misma cuerda soltó para no arrastrar a nadie.

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