miércoles, 2 de abril de 2014

Otoño

Abrir una puerta es, hoy, una travesía infinita. Miro los ojos de quienes me siguen con cierta compasión. Pretendo en algún momento abandonarlos. No hay promesa que supla mi fidelidad o mi próxima traición. Sí, no encarno la bondad. Me siento todos los días a entonar mis voces para poder desplegar de alguna forma mi vacío. Más las palabras no me son suficientes y solo logro cada vez más acercarme a algo así como un final. Quizás sentencio el futuro, el cual se ve efímero, quizás mis esperanzas no logran priorizar los ruidos ajenos. Creía que unos ojos podrían siempre atraerme al lodo en el que se sumergen todos los santiaguinos. Pero ese lodo hoy no me es suficiente. Desde la lejanía de las tierras profundas observo. La belleza ya dejó de ser. Mis cicatrices no conservan ninguna historia, mis dedos que tiritan se esconden. Mi escribir se resume en el dolor y es que, ¿qué es más real que éste? Si mi piel arde puedo atestiguarlo, si mi corazón se deshace en mil pedazos – igual de válido – se transforma en alguna figura poética. Admito que yo escribo poesía constantemente, pues es la única forma de apreciar mi sentir, de guiar algo transparente hacia el color. Y sin embargo, sé que nada merece un color.

Llevo una gran cantidad de días sin abrir ninguna puerta. Malditas. Soy yo la que no se atreve. Sé perfectamente qué me encontraré tras cada puerta y no quiero hacerlo. Sí, logro justificarme constantemente conmigo misma y con quienes me escuchan sobre el porque me estanco. La gente parece creerme y los considero unos idiotas por hacerlo.  

Pongo hoy en mis manos, cubiertas, mi certeza. Estoy segura de absolutamente nada, pues le temo a todo. No hay nada a lo que no le tema y que no me haya consumido. Y vivo para esconderme. Palabras tristes escritas, no tengo nada más de que escribir, cuando hablo no se me permite hablar de pena. Solo quizás de algunos relámpagos que ocasionalmente y justificadamente caen en mis tierras. El lodo es triste. Mi vacío no es compartible, no al menos hoy. Podría ahora hablar del amor, más ni en el amor he encontrado descanso. Mis gritos de ayuda, siempre patéticos, no funcionan. Creo haber sido introducida en el lugar incorrecto, en la hora incorrecta. Más ni sé que es lo que se supone que sea. A veces, no me queda nada más que rezar. Y si rezo por algo, es por el amor. Hace unos años no creía en él. Recuerdo haber cuestionado a quién por primera vez, me apuntó. –No te creo- le dije, y escapé. No escapé por el capricho, simplemente no quería que existiese. Me implanté una máscara, la primera. Suena un tanto ridículo hablar de máscaras a esta altura. Más conservo una colección de ellas.


No, aún no creo en el amor, pues nada se me hace seguro hoy. Sin embargo si es que el amor está creo haberlo vivido. No me siento orgullosa de aquello. Tampoco me lo reprocho. Es el único elixir de salvación que he encontrado en mis aguas. Me aprovecho. Siento el temblor y pronto las aguas me envolverán y no me moveré. Me cubriré entera y hundiré mi cuerpo. Quizás así me evite abrir puertas. Solo le pido a otoño que esta vez no me abandone.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Otoño atañe a retoños.