jueves, 3 de abril de 2014

Jugaba cuando pequeña a  a coger flores hermosas y aplastarlas con un libro. Tenía una colección gigantesca de flores secas conservadas tras su destrucción. Juntas parecían cantarle a el pasado. 
"Sabes que esos eran tiempos diferentes. Todos los poetas estudiaban las reglas del verso.Y las damas ponían los ojos en blanco" Dulce Jane escuchaba cada verso recitado para ella. Mis flores permanecían conservadas en un cofre. Lejanos uno de otro y sus pétalos atraídos por un viento helado de aquellos inviernos.
Recuerdo escribir mi primer poema sobre un pájaro a los nueve años. Un pájaro que me dejó. El pájaro también le cantaba al pasado y quizás en este caso, al futuro. Tuve un loro, su nombre era Abelardo. Solía acariciarlo hasta agotarlo, y recuerdo cuan fuerte mordía mis dedos. Mi padre también tuvo uno, de tanto cariño que le dio murió aplastado en su propia cama.
Las raíces de los árboles no existían, la superficialidad de las cosas era hermosa. Bailaba frente a una cámara puesta por mí misma en noches de aburrimiento. Solía hacer películas de terror protagonizadas por mí y solo por mí. Probablemente era un capricho. Grotesca, torpe. Me dolía todo. Lo pensaba todo. Lo escribía todo. Hoy soy grotesca, torpe y bueno, más bien lo mismo. 
Creía que si escribía hacia el cielo, con el dedo danzando como si fuese una pluma, alguien leería mi secreto. Nunca esperé respuesta y nunca dudé de esa verdad. Creía que todas las cosas tenían alma interna, les llamaba su propio Dios. Luego fui inculcada católica. Lo tomé como la única puerta del camino. Y frustrada por no poder vivirlo, decidí caminar a misa cada vez que pudiese. Lo dejé un día en que sentada en la silla y arrodillada sentí mi cuerpo lleno de algo a lo que pude llamar Dios, o amor, o quizás odio. Eso no importa. Supe en ese instante que la iglesia era un contexto, más no, para mí, la respuesta. 
La música la conocí más grande. Un día escuché un artista que solía decir que el verdadero amor nos encontraría al final. Creía en la muerte más no en el amor. Y ese mismo hombre decía "Respeta el amor del corazón sobre la lujuria de la carne. Hazte un favor: se tu propio salvador". Creo que nunca más volví. Me llevó un barco que partió de mi. Alejandra lo dijo con gracia. Partí rumbo al vacío pues ni el límite entre un cielo y un mar podía ver. Partí. Ni mi madre ni mi padre pudieron alguna vez despedirse. Tenía 13 años. Más fue una decisión. Nunca más volví. 
La pena siempre estuvo. Lloraba y dolía la angustia. La pena la compartí con Catalina. Cartas y cartas enviadas y devueltas a los 11 años. El dolor se alimentaba de nuestras tripas y solíamos creer que de las de nadie más. Juntas nos usábamos para escapar. 
Me adherí a la gente. Y solo así nunca estuve sola. 
Hoy me cuestiono el valor que se necesita para vivir la cumbre de la vanguardia. Hoy me deshago de la gente y pareciera que no existe otra forma. La soledad tarde o temprano iba a llegar, ¿no es así? Solían decir que podía hacer amigos con la mirada. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

En este sucio paraje
se alzaba en otro tiempo un árbol
virtiendo incienso sobre el verde maíz.
Sus ramas se extendían sobre un cielo
iluminado por los últimos fuegos de un baile.
Enviaron topógrafos y arquitectos
que cortaron el árbol,
plantando en su lugar
una enorme y estúpida catedral de infortunio.