viernes, 31 de enero de 2014

Sus ojos acallaban como la orquesta del silencio
mientras en mi virtud de cría
cubría con mi mano su mejilla húmeda.
La verdad ocultaba memorias enterradas
en tierra hermética.
Un día de verano
en el que mis manos tiritaban,
se dio vuelta la sangre cuidada.
Y, sin embargo
la luna lloró trincheras.
Derramó tanto niebla como agua salada.
En mi virtud de cría habría abierto mi boca
y tragado sonriente.
Pero crecí antes de tiempo y
preferí alcanzarla con una mano
he intentar guardarla para siempre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La niña era ya mujer
cuando veinte cumplió.
Pero nunca perdió la viña
de versos y alegrías
con que se alimentó hasta el fin de sus días.