jueves, 15 de agosto de 2013

Ver un fantasma, al otro lado de la calle,
aspirar de mi el dulce que cubría el agrio hueco.
Girar bailando hasta la tumba
para terminar la escena plantando margaritas
y concediendo las últimas lágrimas de pena.
Esconderse, después, tras la sombra del maniquí sonriente
en la búsqueda eterna del primer rayo de luz apagado.
Y finalmente soportar la cercanía de la ausencia
en un juego de fuerzas de manos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esperaba ella un príncipe azul
más exótico que todo Estambul.
Jamás llegaron sus ojos añil;
murió aburrida, en torre de marfil.