jueves, 8 de agosto de 2013

Transpíralo wey

La araña negra destroza la piel en un silencio vomitivo
mientras las diminutas emprenden viaje.
Se paraliza el tiempo en el cuerpo,
como si de una caída se tratáse.
Suenan los llantos lejanos y las miradas borrosas,
suenan como aquella roca acariciando el vidrio.
Trepa la desgraciada inmiscuída
su cuerpo ya ha sido roído.
Es el canto de una ardilla que arranca,
arranca corriendo y arranca los brotes.
Se presenta galante
encanta el hechizo, sus ojos sus manos.
Y el otoño avecina el miedo perdido
que esconde al débil y 
arranca nuevamente
arranca corriendo y arranca los brotes.
Se presenta galante.
Se esfuma al instante.
Prueba el fruto de la grieta fundida que atraía
la vida de doscientos mil niñas.
Sus raíces, me pregunto, la araña atrapa.
el alma encierra 
con barrotes las capas
que vuelan odiosas hacia el nuevo cesto
las frutas podridas se las lleva el viento.
Quema el dulzor de la amargura, el caramelo del vientre
la fugacidad de la noche y la luna saliente.
El fuego no ampara el socorro de la muerte.
Quemarlo para poder así celebrar la vida
corriendo por el parque
en un vestido hermoso.
Si el cielo me lanza los rayos famosos,
abriré mis manos y su dominio a la cresta.
Y el despertar nubloso de una triste pesadilla
me recuerda las muertes, me hace sentir viva.


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