-Solo me queda esto.
Y le entregó una margarita quemada por el fuego de un pucho botado.
Pero él no estaba, no apareció, ella simplemente imaginaba entregárselo.
Pasó aquel anciano con un bastón.
-Dámela a mi, yo te la recibo.
Y ella no se la entregó, si lo hacía, no tendría nada que darle después a él,
aun tenía la esperanza de que llegara.
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