Hay un sonido estudiado tan preciso, compuesto convenientemente para ser lanzado desde la tragedia misma al cuerpo de quien lo escucha y el cuerpo acoge pronto su temblor helado que parece un suspiro sacudido de vértebras rozándose. De las vértebras continúa al aliento de alivio, a la exhalación a ojos cerrados, pues el sonido impulsa una tensión y el suspiro arroja a quien sabe donde, esa angustia eminente necesaria para provocar tal efecto: cosquilleo de lágrimas.
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