domingo, 16 de diciembre de 2012

2012






No existe un paradero que reciba a quienes vienen con los ojos cerrados.
La ceguedad, suele ocultarse en situaciones infecciosas.
Una pequeña silueta se aparece bajo el edificio que tengo al frente mío.
Las luces que emanan del suelo, aseguran mi propia locura.
Un encierro feroz, que solo cabe como algún beso al futuro.
Las hojas caen haciéndo más ruido que nunca,
y yo silenciosamente deseo pisarlas hasta que crujan.
Me dejo guiar por un efímero olor que surge en un instante vacío.


El olor que solía recordar.
Me quedaba con ciertos rastros, alguna bufanda.
A veces, el olor venía simplemente de mi almohada.
Y esos días me sentía ciega gustosa.
 Ciega de poder admirar el hálito emergente.
Capaz de cerrar los ojos hasta que aquella especie de elixir
desapareciése en mi camino.
Con la debida decepción que eso traía.

Y no es tan solo nostalgia lo que crían los cuervos.
Aprendí que era mucho más.
Y que caía en gritos banos. Que no hacían mas que gemir un odio asqueroso.
Sin embargo, la separación se desea solamente en medio de la unión.
 Y es cuando la separación viene, el momento en que
la unión se hace más necesaria.

No puedo decir que su rostro no me remueve
todo lo que hay inserto en mi cuerpo.
Pero tampoco que no soy capaz de vivir con ello.
Por que un pequeño suspiro me salva en las agonías inútiles que me entrega.
Un roce, aunque sea pequeño, en mi mano, solo eso añoro.

No hay comentarios: