Mi cuerpo enseñado a maniobrar con restos culmines de evidencia al hacerse parte de, que prendido de un suelto escombro
de vejámenes, cariños crudos como si de la saliva emanaran huecos, burbujas que
flotan en un prometer de sincronías de grillos, o aves o niños emancipados de
su brutalidad, cantos que se asemejan a ese hoyo que de lleno me dices que
elaboro. De esas enseñanzas mi cuerpo aprendió a querer. Como si el querer fuese de un bruto hombre
que a veces te toma de la mano para que nos vean así como si. Entonces mi mano
recibe aquella muestra graciosa y me río, porque creo que es ese amor el que,
el que, el qué. El que me dice que no tendrá rencor si de mi salen resquebrajos, o dolor. De ese cuerpo aprendido es de donde me paro al escuchar
tu voz que me quiere como a nadie y como si nadie quisiese sí. Y del dolor
caigo por no poder entregarte lo que siempre te pude entregar, mi no existir
adornado por el silencio que a ese le llaman, o de mi llorar que te haces parte
para guardarlo como si fuese eso lo que conservas para ti.
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