sábado, 6 de abril de 2013

No apetezco ni me deleita el vigor que me cría.
Incluso me inquieta la congoja que yo hice añejar
y los riesgos, que en fortuna pude alguna vez, quizás
aventurar.

El estropeado pasado, chilla desde  los recovecos del quebrado.
Espanto a declamar.
Una luz,
refulgente llama, ardor que convoca.

La esquiladora almacena,
apenas puedo hurgar.
La catástrofe se encuentra en aquella posibilidad.

Anhelo lo desconocido,
ese extraño que fugó la estrella del cielo,
y que nunca retomó su camino, viaje.

El tormento se dispone en mi vientre.
Desconfío de la incertidumbre.

Escucho la criatura lamentar, pues
su destino persiste,
permanentemente.

El engendro deforme, prodigio,
predica.
Sus ojos, solo en sueños aparecen,
nauseabunda.
Sus manos son sólo huesos, cenizas de hueso,
restos de hueso, restos de cenizas.
Pero me rozan.

La caricia entre los labios impacienta,
el tiempo limita las posibilidades.
Descuido lo pendiente,
lo que viene.

El monstruo mima.
Es tierno, reconosco su debilidad,
en medio de la adoración.
En ésta luna pícora.
Es intangible, es más, intocable, el deseo.

No existe sollozo que auxilie los cortes.
De los vestigios pasados.
¡Vienen hacia mí!
Y la luna se esconde,
está ahora adentro mío.

La gracia divina me impulsa por calles vacías,
el silencio cura.




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