lunes, 19 de abril de 2021

La noche tiene siete cambios.

Un perro ladrando, su madre dejándolo afuera tras la ventana para dejar de escuchar el eco de su garganta rebotando gruesamente. Los niños cantando con la lengua afuera la canción que tarareaba la radio mientras jugaban a quien podía enrollarla y sacarla al mismo tiempo. 

Así corría el tiempo bajo la neblina, haciendo de los sonidos sus recuerdos o de sus recuerdos simples sonidos. 

El letrero de bienvenida que le hicieron a su padre cuando volvió a la casa después de siete años mientras su hermano reía y saltaba. Las flores añejas que mantenía guardadas en una prensa que su mamá le había regalado unos días atrás. 

-Acá lo que pones se seca

La decisión de poner todo en la prensa para que algo se seque y poder observar luego a qué se refería con eso. Qué implicaba la sequedad, y porqué lo seco se despedazaba.

La noche en la que un gato cojo llegó a su casa. Y esa sensación como de si un sueño se hubiese hecho realidad. Algo que venía a llenarla. No recordaba bien qué era lo que le faltaba pero sí que eso se sentía así. La mañana siguiente en que lo encontró petrificado, como si lo hubiesen embalsamado. Ella vestida con un tutú rosado. El gato en una caja. Un hombre llevándoselo al cementerio de gatos, decía. El olor a azufre que quedó impregnado en las paredes, en sus manos. La canción de Shakira que sonaba en el fondo. 

-La noche tiene siete cambios mi niña.

-¿Y tu los has visto todos? 

-Todos.

Ese hombre cuyo nombre no sabía la llevaba por la carretera en dirección a Concepción.

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